COVID-19, una pandemia de incredulidad
- Somos MX
- 23 mar 2020
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Por Alfonso Barranco (@AlfonsoPLG)

En las últimas semanas se ha desatado mucha polémica en torno a la nueva pandemia mundial, el COVID-19, o para los cuates, el Coronavirus; se discute su origen, qué Estado lo propagó, su impacto en la economía, las medidas a seguir para evitar mayores contagios, etc. Sin embargo, una pregunta se esconde en la esencia de cualquier otra ¿Son las autoridades lo suficientemente competentes para establecer líneas de acción para su población?
Para una generación inmersa en la hiperconectividad digital, donde la información se obtiene al momento y de múltiples fuentes, es sumamente difícil pretender que una única voz sea la que se escuche, o al menos la que se escuche más fuerte.
Pero, ¿son estos nuevos factores tecnológicos los únicos responsables de que se menosprecien las indicaciones del Estado? ¿No se supondría que, ante mayores canales, más amplio y efectivo sería el mensaje de las autoridades? Para indagar en la respuesta a estas interrogantes, conviene comenzar analizando las preguntas que la población se hace en torno a esta crisis.
-¿Es realmente algo de preocupar este brote del coronavirus?
-¿Son las cifras que han dado los gobiernos veraces?
-¿Las medidas que se han optado son las adecuadas, tardías o exageradas?
E incluso
-¿La enfermedad realmente existe?
Tal pareciera que, pese a las declaraciones que ha emitido la Organización Mundial de la Salud y los gobiernos en torno a la gravedad del COVID-19, éstas no tienen efecto alguno sobre la interpretación de los hechos que realiza la población, y en que, en todo caso, si ha generado un vacío en torno a la credibilidad y legitimidad con la que estas instituciones cuentan, un resultado completamente distinto al que las autoridades esperarían.
Por un lado, existen quienes creen que esto se trata de una psicosis colectiva creada por los gobiernos y los organismos internacionales encargados de gestionar el orden mundial, esto, a razón de paliar los efectos de la severa crisis económica que echó raíz hace más de una década, la cual ha venido dando estragos y golpeteos a la comunidad internacional desde ese entonces, siendo una de sus más recientes demostraciones el creciente conflicto entre China y Estados Unidos por consagrarse como potencia mundial e imponer un nuevo status quo en temas financieros, comerciales, tecnológicos y militares a lo largo y ancho del globo.
Por otra parte, hay gente que toma el tema con extremo alarmismo, optando por medidas que van desde el racismo y la xenofobia contra aquellos a quienes consideran creadores o transmisores del virus, transitando por fakenews, y eventualmente realizando acciones carentes de una reflexión previa, tales como las compras de pánico y la aparición del síndrome FOMO (Fear of Missing Out) lo cual los conduce a adquirir artículos o bienes innecesarios bajo la premisa o el temor de que estos puedan escasear en cualquier momento, dejando sin suministros a quien realmente lo necesita.
Al respecto, las autoridades han exhortado a la población a tomar medidas sanitarias básicas para evitar la propagación del virus, declarando que, pese a que éste no resulte letal en primera instancia, si es sumamente contagioso y ningún sistema de salud sería capaz de atender a toda una población infectada. Por otra parte, también se ha invitado a no realizar compras más allá de lo indispensable y en cantidades que no rebasen lo meramente necesario.
Pero ¿Por qué la gente, tanto de un bando como de otro, no es capaz de seguir las indicaciones de las autoridades y los expertos en el tema? Proponemos aquí una sencilla razón: La falta de credibilidad que tiene la gente en las instituciones a causa de un mal manejo de crisis anteriores.
Tan solo para el caso mexicano, en el 2009 el gobierno federal reportó de forma tardía la entrada del virus A/H1N1 a territorio nacional, lo que en un principio generó en la población un ambiente de incredulidad, que más tarde se volvería pánico al ver las medidas “drásticas e inesperadas” que había tomado el gobierno, tales como la solicitud de préstamos a bancas internacionales y el confinamiento de la población vulnerable. Eventualmente, esta falta de transparencia en las cifras presentadas por el gobierno provocó que la gente no creyera del todo en las cifras que exponían las repercusiones para la salud y la economía que ésta crisis había dejado.
Ahora bien, respecto al nuevo brote del Coronavirus, la forma en que los autorizados en el tema han expuesto la situación no ha sido muy alentadora del todo, no por los daños a la salud que este nuevo virus representa, sino por la falta de congruencia y transparencia que se percibe en los datos oficiales, lo cual abre paso a la especulación y la incredulidad.
Hagamos un breve recuento de la evolución de la actualmente denominada “Pandemia Mundial” y la información, oficial y apócrifa que respecto a ésta se ha brindado.
El 31 de diciembre del 2019, se emite desde Wuhan, China, el primer reporte de pacientes portadores, estableciendo como causa preliminar del nuevo brote las malas condiciones sanitarias de un popular mercado que ofertaba animales exóticos para consumo humano en aquella ciudad. Más adelante, miembros del gabinete chino aseguran que fue Estados Unidos, a través de su personal militar, quienes introdujeron la nueva cepa del virus en el país asiático. Por su parte, la OMS, más allá de declarar que se trata de una evolución natural del virus, no ha determinado una causa concluyente de su origen. La especulación y las teorías de conspiración entre la población no tardaron en aparecer.
El mismo halo de duda continuó expandiéndose en otras áreas del virus. En este caso, se trató de las acciones que realizaban los gobiernos para combatir la enfermedad. Las cuales, podríamos resumir en tres fases, observadas desde los ojos de quienes fueron los últimos en ser afectados.
1) La enfermedad es de los asiáticos, ¿Que están tomando medidas muy drásticas para evitar la propagación del virus? Uy, pues qué pena por su gente, pero algo tienen que hacer para asumir la responsabilidad de sus pésimas condiciones de salubridad.
2) La enfermedad es de los ricos, ¿Que el virus sólo ataca a países desarrollados? Vaya justicia divina, ya venía siendo hora de que el primer mundo se repliegue un poco, benditos los anticuerpos que nosotros hemos desarrollado por una vida de precariedad.
3) La enfermedad es incontenible, ¿Que la OMS la declaró pandemia? Seguramente están exagerando, pero por si acaso, no quiero ser el último en adquirir mis enseres básicos.
En ese tren de información y aseveraciones, le podemos agregar, una serie de casos aleatorios y hasta surrealistas del curso político y social que ha tomado en distintos puntos de globo.
Que si un presidente cancela el pago de servicios públicos, pero a cambio se endeuda con la banca mundial; que si otro da abrazos y usa amuletos para combatir el virus, pero su país reporta uno de los menores índices de mortalidad y propagación; que si se obtuvo la cura en un laboratorio europeo, asiático o caribeño, pero ésta no sale porque las hegemonías se pelean por la patente; que si la OMS ha sido lenta en su actuar contra el virus, pero de pronto emite un comunicado que orilla a todos los Estados a declarar cuarentena.
En fin, la lista podría continuar, demostrando la dualidad que existe, no sólo entre las opiniones de la gente, sino también de las declaraciones y acciones oficiales que emiten las autoridades, pero dentro de todo este devenir de información, hay algo que si queda claro: si los gobiernos desean salir avante de esta crisis, los efectos no sólo deben medirse en parámetros médicos y económicos, sino también en parámetros humanitarios, ¿cuánta confianza, solidaridad, honestidad, eficacia perciben los ciudadanos en torno a sus autoridades? Si no se trabaja para que la respuesta a estas preguntas sea positiva, que no nos sorprenda cuando la próxima crisis no devenga de un virus biológico, sino de la transmisión colectiva del espíritu de lucha contra el malestar social.
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